La “menendización” de la causa y sus riesgos.

La “menendización” de la causa y sus riesgos. 
Por Ximena Cabral

Se toca la barbilla, prende en su pecho una escarapela negra, y la mirada parece perdida. Es, sin dudas, un símbolo de lo que fue el terrorismo de Estado y esa es la satisfacción de verlo sentado allí. Sin embargo, el peso de esta imagen puede devorar el andamiaje en el que sostuvo el genocida. La “menendización” de la causa corre el riego de personalizar el horror y borronear la implicancia de actores y prácticas que lo sostuvieron.

Hora tras hora, testimonio tras testimonio, se van develando los mecanismos de la máquina del terror. Allí, la causa deja de rotularse Brandalisis y el secuestro, tortura y asesinato de los cuatro militantes del PRT para develar lo que fue un plan sistemático, con operativos clandestinos y enclaves instituciones en un plan de aniquilamiento. 

Pasaron treinta y dos años, los testimonios van desmontando una verdadera organización que necesitó de la complicidad de diferentes sectores civiles (recordemos fotos de represores con el poder político aún en democracia), de la iglesia, de las mordazas a la prensa o periodistas obsecuentes que oficiaron de “difusores”, de un empresariado (que hoy tienen fundaciones donde hablan de la “responsabilidad social empresaria”), y de gran parte de una sociedad enmudecida.


El andamiaje del terror

La “menendización” de la causa hace foco en aquella figura, en lo macabro del semblante, y la despolitiza. No se trata solo de agentes “perversos” que hoy bostezan, toman nota o murmuran con desprecio mientras se descubre lo más siniestro de sus prácticas; no es la Perla solo ese lugar del horror que se descubre en cada testimonio, sino que son los actores y espacios donde se desarrolló una política de desaparición forzada de personas. El riesgo es, entonces, perder el paisaje individualizando un hecho que es, específicamente, político. 

Luis Eduardo Duhalde se presentó a declarar y permitió ampliar el marco al explicar cómo la dictadura tenía su correlato económico y social que implicó la desaparición del Estado hacia una economía de libre mercado y la ruptura de la participación social a partir del “disciplinamiento social”. 

Esto se llevó a cabo –afirmó- a partir de un plan que permitió la coordinación entre los diferentes cuerpos del ejército y centros de detención donde se intercambiaron prisioneros para la obtención de información. Asimismo, aclaró como las técnicas de tortura se vincularon con la experiencia de la guerra en Argelia.

En ese sentido, Menéndez es un símbolo, un símbolo siniestro, pero engranaje al fin de un plan mayor para Argentina y América Latina como fue el plan Cóndor que implicó la coordinación represiva de las dictaduras de Argentina, Chile, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay en los años 70 y 80 haciendo eje en la tortura y la desaparición de personas y con entrenamientos militares (como la Escuela de las Américas de EEUU). El genocidio argentino, entonces, debe leerse dentro de lo que fueron las dictaduras militares en la región y las leyes -ayer le decían antisubversivas hoy se adjetivan antiterroristas- que van por el control bajo las luces de “patrullas” norteamericanas. Control para que la depredación del sistema continúe arrasando sobre las geografías y las vidas de aquellos países que adjetivan, ayer y hoy, como “subdesarrollados”.

La centralización de los discursos en una figura no es azaroso ni un capricho de periodistas, sino un síntoma de las formas de leer la realidad donde se personalizan los conflictos, los dolores, las marcas. En una cultura política cementada en personalismos, pensamientos mágicos, y una creciente incapacidad para complejizar los hechos sociales; la simplificación, minimización o “desinterés” por este juicio histórico no sorprende. Claro está, nuestra cultura política lleva las marcas de un genocidio, con una generación de desaparecidos, con una sociedad que aun hoy intenta rearmar ciertos “inexplicables” donde hay cuerpos que siguen ausentes. De una sociedad efervescente, politizada, “hecha calle”, nos encontramos en un mundo privado, de la desconfianza y las recetas mágicas del dios mercado. Algo en el medio fue necesario y es lo que hoy actualiza los fantasmas que nos impiden leer, con otros tintes, los hechos que nos sacuden a cotidiano.