Magistrados y funcionarios: obediencia debida y algo más

El juicio puso al descubierto el rol funcional al terrorismo de Estado del Poder Judicial y las adhesiones personales a la ideología y el plan dictatorial. En varios casos, el aporte de los testimonios y la documentación demostró que tanto miembros de la Justicia Federal como funcionarios de distintas áreas del Estado pusieron “algo más” que una obediencia infundida por el temor.

Durante las audiencias de la megacausa han sido mencionados centenares de recursos de habeas corpus presentados por familiares de desaparecidos, a los que la Justicia Federal de Córdoba se limitó a dar un trámite formal, que finalizaba con la respuesta negativa de las fuerzas de seguridad al pedido del paradero.

Pero las revelaciones más sorprendentes pusieron en evidencia el rol encubridor ejercido por miembros del Poder Judicial después de la vuelta a la democracia, al presionar a los sobrevivientes para que no denuncien las atrocidades sufridas y presenciadas en los centros clandestinos de detención. 
La siguiente es una síntesis de lo manifestado por varios testigos sobre el accionar del Poder Judicial:

Patricia Astelarra afirmó que, tras el retorno a la democracia, la Justicia Federal “convalidaba” las acusaciones de los tribunales militares y actuaba en “connivencia” con los represores para “escrachar y desprestigiar a sobrevivientes, de manera de anular sus testimonios”. Al juicio contra ella y su esposo, Gustavo Contepomi, “lo motorizó el actual juez de Cámara, el doctor Luis Rueda (entonces secretario del juez Gustavo Becerra Ferrer), sabiendo de qué se trataba”.

Gustavo Contepomi: “Pagamos un precio altísimo por culpa de funcionarios judiciales corruptos, que pusieron todo su esfuerzo en evitar que denunciáramos. El fiscal (Antonio) Cornejo, el juez Becerra Ferrer y el secretario Rueda, a partir de pruebas ilegítimas, me procesaron. Filtraron mis declaraciones y de otros testigos al Departamento de Inteligencia 141. Tergiversaron nuestras declaraciones. Violaron mi derecho a defensa, citándome a declarar sin abogado. Me presionaron para que no eligiera a un abogado. En una oficina contigua se reunían con los represores”.

Nidia Teresita Piazza narró que estando prisionera fue internada por complicaciones en su embarazo en el Hospital Militar, donde se le presentó el mismísimo Menéndez para recomendarle que se “portara bien”, porque si no iba a “volver a La Perla”. Al relatar esto a Rueda en 1984 –todavía presa y sin el acompañamiento de sus abogados–, el entonces Secretario del Juzgado Federal Nº2 le dijo: “Señora, esto complica las cosas”, y le sugirió que omitiera esa referencia porque “complicaba” su salida en libertad.

Andrés Remondegui: “En el 84, el juez Becerra Ferrer nos decía: ‘Cuidado con lo que declaran, porque esto va a terminar en un consejo de guerra’. Era tan manifiesto que lo que decíamos les llegaba inmediatamente (a sus ex victimarios), que en una citación no concurrimos. Becerra Ferrer nos mandó llamar con la Policía y nos dijo: ‘Nunca más se nieguen al llamado de la Justicia’. Y, con el susto que teníamos, yo le dije: ‘Lo que pasa es que declaramos a la mañana y a la noche nos llaman diciéndonos todo lo que decimos’”.

José Julián Solanille, arriero en los campos aledaños a La Perla, declaró que en marzo del 84 ofició como guía en un reconocimiento realizado en el ex campo de concentración. Al señalar donde había enterrado unos restos humanos encontrados por su perra, el juez y su secretario se rehusaron a buscar en ese lugar. “Rueda no decía nada y el doctor Becerra me dijo así: ‘No, dejate de joder, demasiado con lo que has hecho. Dejalo ahí’”, recordó.

Cecilio Salguero denunció que en 1978 fue torturado en el Departamento de Informaciones D2 de la Policía y luego llevado al Juzgado Federal Nº 2, a cargo de Miguel Ángel Puga, donde le leyeron su confesión. “Tenía tres policías a mi espalda, amenazándome de muerte si negaba esta declaración falsa”, relató Salguero, quien terminó suscribiendo el acta cuando “apareció Luis Rueda (escribiente en ese juzgado) para obligarme a firmar”.

Una de las acusaciones más graves la formuló la ex militante de la JUP Mabel Lía Tejerina, quien estuvo cautiva en La Perla entre diciembre de 1976 y mediados de 1978.
A principios de 1985, Tejerina recibió una visita que le demostró que la “libertad vigilada” subsistía aun finalizada la dictadura: “Me había olvidado de todo, y vinieron a mi domicilio, la gente de La Perla. Recuerdo a (José Arnoldo) López. Dejé a mis nenas en la habitación, porque no quería que las vieran. Como yo era la única que había quedado en Córdoba y los demás sobrevivientes estaban fuera del país, querían que firmara un testimonio. El relato decía que en La Perla me habían tratado bien, que yo no tenía conocimiento de torturas y otras cosas. Tenía que ir a tribunales militares y federales hacer esa firma, si quería seguir criando bien y educando a mis hijos. Era una amenaza”.

La testigo narró que primero concurrió al tribunal castrense -que por entonces instruía las causas contra los militares- y luego a la Justicia Federal. “Y acá me hacen firmar ese mismo testimonio. El secretario que me hace firmar era Rueda. Recuerdo que había alguien más al lado de él, alguien de La Perla. El lugar era oscuro, no era una oficina. Pedí una copia y me dijeron que más adelante me la iban a hacer llegar. Firmé eso y me fui a mi casa”, reveló Tejerina.
-¿Qué decía la declaración? –preguntó el fiscal Facundo Trotta.
-Que todo lo que había vivido en La Perla era perfecto. Ahí estaban los nombres de los chicos secuestrados. Querían darle un tinte como que ellos me habían secuestrado y yo no podía salir de la organización. Era una cosa toda armada.

En ese instante, el querellante Claudio Orosz señaló que esa declaración formó parte de una causa penal contra Contepomi por “asociación ilícita”, que “fabricaron el juez (Gustavo) Becerra Ferrer y su secretario Rueda, en su afán de cumplir con sus amos militares, sin tener en cuenta que tomaron testimonios de personas que habían estado prisioneras sin estar a disposición de la Justicia Federal o el Poder Ejecutivo Nacional, con lo cual estaban reconociendo el delito”.

Acto seguido, Orosz solicitó al Tribunal que envíe “lo antes posible” una copia de la declaración de Tejerina “tanto al Consejo de la Magistratura como al Juzgado Federal Nº 3, donde hay una serie de denuncias sobre el accionar del doctor Rueda en supuesta complicidad con el terrorismo de Estado”. Ante el pedido, que ya habían formulado ante las primeras denuncias la fiscalía y las querellas, el TOF Nº 1 resolvió darle curso positivo.

Consultado al respecto, el juez Rueda manifestó: “A mí me extraña muchísimo de algún sector que insiste en vincularme. ¿Cuál es el pecado que yo habría cometido? Que fui un joven secretario en el último momento de la dictadura militar. Pero hay que probar que yo tuve algo que ver con alguna de estas cuestiones. Era muy difícil trabajar en aquel momento, pero yo fui el primero en imputar a Menéndez en 1984. Creo que les debe molestar no poder probar nada, y desconocen una trayectoria de la cual me siento más que orgulloso”.

Ante cada una de estas acusaciones, el propio Rueda se presentó ante la fiscal de instrucción Graciela López de Filoñuk para solicitar que se investigue su actuación. La fiscal y el juez Alejandro Sánchez Freytes –por entonces a cargo del Juzgado Federal Nº 3 (JF Nº 3)– desestimaron que hubiera cometido algún delito. En mayo de 2015, en una audiencia por la “causa de los magistrados” en la Cámara de Apelaciones, los jueces Liliana Navarro, Eduardo Ávalos y Graciela Montesi anularon lo resuelto por López de Filoñuk y Sánchez Freytes y ordenaron al juez Miguel Hugo Vaca Narvaja –actual titular del JF Nº 3– que profundice la investigación. A su vez, el juez Rueda cuestionó ese fallo en la Cámara Federal de Casación Penal.

Defendido por Menéndez

En una de las primeras audiencias, Silvia Di Toffino, hija del desaparecido dirigente de Luz y Fuerza Tomás Di Toffino, presentó al tribunal un documento que reveló la colaboración del abogado y político José Luis Palazzo con la represión, cuando estaba a cargo de la gerencia de personal de la Empresa de Energía de Córdoba (Epec).

En una carta fechada el 16 de octubre de 1980 y dirigida por Luciano Benjamín Menéndez al coronel Oscar Joan, por esos días ministro de gobierno del gobernador de facto Adolfo Sigwald, el jefe del Tercer Cuerpo de Ejército destacaba: “No sólo el doctor (Palazzo) no tiene simpatías ideológicas izquierdistas sino que ha sido un luchador frontal contra los elementos comunistas que en su oportunidad infestaron nuestra provincia, en particular la Empresa de Energía de Córdoba. Allí, en EPEC, desactivó y desplazó a los seguidores nada menos que de (Agustín) Tosco”.

Así Menéndez desmiente el informe de un servicio de inteligencia, donde “se lo injuria” al funcionario de la Epec acusándolo de “izquierdista” y “comunista”, y le pide al coronel Joan  que intercediera “para sacar ese informe sobre Palazzo”, según consta en esa carta recuperada por el Archivo Provincial de la Memoria.

Uno de los “seguidores” de Tosco era Di Toffino, entonces secretario adjunto del sindicato, quien sería secuestrado el 30 de noviembre de 1976 por la patota de La Perla, cuando salía de su trabajo en la Epec. En la audiencia, su hija Silvia, referente de H.I.J.O.S. Córdoba y querellante particular, reclamó que investigue la participación de Palazzo en el secuestro de su padre y el fiscal Facundo Trotta solicitó que se corra vista a la fiscalía de Instrucción.

La lista negra

Julia Angélica Brocca, 29 años, casada con Mario Herrero Machado y madre de dos hijos, fue secuestrada de su casa de barrio Residencial Vélez Sarsfield, en la madrugada del 28 de marzo del 76. Era estudiante de Letras Españolas y Latinoamericanas en la Universidad Católica de Córdoba y trabajaba en la Dirección de Complementación Educativa de la Provincia de Córdoba, como docente encargada de un área de apoyo escolar a alumnos con dificultades de aprendizaje. Durante la gobernación de Ricardo Obregón Cano y Atilio López participó en las campañas de alfabetización impulsadas por la Dirección Nacional de Educación del Adulto (DINEA); en su caso, con los trabajadores del obrador de la Dirección General de Arquitectura de la Provincia. Era delegada de la Unión de Educadores de la Provincia de Córdoba (UEPC) y militaba en la Juventud Trabajadora Peronista (JTP).

Luego del golpe de Estado policial del 28 de febrero del 74, la Provincia fue intervenida y asumió como directora de Complementación Educativa María del Carmen Cognini. En esa etapa se inició el acoso represivo a los militantes sindicales y políticos en ese ámbito laboral y la funcionaria “pasaba directamente los nombres de los que después pueden haber sido perseguidos o desaparecidos”, denunció en su alegato la querella de H.I.J.O.S. y Familiares a partir de lo expresado por los testigos.

Según relató el esposo de Brocca, desde antes del golpe de Estado ella sabía que figuraba en una “lista negra”. La noche del secuestro, la habían ido a buscar a la casa de sus suegros, en Montevideo 66 de Nueva Córdoba, donde obligaron a la madre de Julia a acompañarlos hasta donde vivía el matrimonio. Antes le mostraron una ficha con una fotografía de su hija, que pertenecía a su legajo laboral; y ese domicilio de Nueva Córdoba era el que figuraba en la documentación laboral de la víctima.

A su vez, Juan Camilo Herrero, hijo de la víctima, presentó a los jueces un informe que su abuela dirigió a la UNESCO tras el secuestro de su madre. “Al reclamar por mi hija y constatar que ese ya no era su domicilio, uno de ellos (los secuestradores) presentó su fotografía, igual a la registrada en su legajo personal en la sede donde hasta entonces desempeñaba su tarea de docente”, consta en el documento.

A estos datos se sumó un informe de inteligencia que la querella presentó como prueba: “Bajo el Ministerio de (Jorge) Taiana (25/5/1973 – 13/8/1974), se implementa desde la DINEA, desde el Centro Multinacional CEMUL, dependiente de DINEA, un plan basado en el método Paulo Freire, y se impulsaba la formación de centros de cultura popular en los cuales se propiciaba la prescindencia del maestro entregándole esta tarea al líder de la comunidad. En aquel entonces, estos líderes eran los jóvenes universitarios que trabajaban en las villas de emergencia, por supuesto, con clara ideología y convicción marxista”.

Carlos Alfredo Escobar trabajaba en el área administrativa de la Dirección de Complementación Educativa, era delegado gremial, dirigente de la lista marrón del Sindicato de Empleados Públicos y militante de la Organización Comunista Poder Obrero (OCPO). Un comando del Ejército lo arrancó de su lugar de trabajo, en la Isla Crisol del Parque Sarmiento, la mañana del 12 de abril de 1976. Varios sobrevivientes lo vieron “muy torturado” en La Perla, testificó su hermano Enrique Alejandro Escobar.

Compañera de trabajo de Escobar y Brocca, Mirta Argañaraz de Clerici relató que desde fines del 75 comenzó a sacar licencias por su embarazo, aunque el verdadero motivo era la persecución política. A principios de abril del 76, fue a cobrar su licencia. Cuando subía las escaleras del edificio de la Isla Crisol, su compañera Ana María Aliaga la frenó: “Mirta, ayer vino una patota, vestidos de civil y militares, y se lo llevaron a Carlos. Estaba en la cocina, entraron, le cubrieron la cabeza, le ataron las manos con una rejilla de esas que usa el personal de maestranza y se lo llevaron”.

Aliaga era secretaria de la dirección y también le advirtió:
El asunto es que escuché a la directora que estaba hablando por teléfono y dijo: “No capitán, Argañaraz viene mañana”.
Al atestiguar en el juicio, Aliaga ratificó lo narrado por Argañaraz y reveló que días antes de que el tribunal la citara como testigo recibió en su casa el llamado telefónico de una mujer:
–¿Vos sos Ana María Aliaga? ¿Sos esposa de un médico?
–Sí.
–¿Y no te acordás de mí? Yo he sido directora de la Isla Crisol, mi apellido es Cognini.
–No, discúlpame…
–Bueno, yo tampoco me acuerdo de vos.

A pedido de la querella, el Ministerio Público Fiscal solicitó que se corra vista a la fiscalía de instrucción para que se investigue la responsabilidad de la entonces funcionaria del Ministerio de Educación de la Provincia en los secuestros y desapariciones de Brocca y Escobar.

Fotografías: Archivo Fotográfico del Archivo Provincial de la Memoria.

Esta nota es parte de la Crónica del juicio al terrorismo de Estado en Córdoba, realizada por Alexis Oliva con el aporte de las Áreas de Comunicación de los Espacios de Memoria de Córdoba (Archivo Provincial de la Memoria, La Perla y Campo de la Ribera).