Oíd Mortales

Oíd Mortales 
Por Emiliano Fessia

Empezó el Juicio a ocho represores. Los primeros dos días estuvieron llenos de imágenes emotivas. Mientras que en el banquillo de los acusados Menéndez y su patota repiten con soberbia y cinismo sus marciales mentiras, en la sala de audiencia y en la calle dignos gestos se repiten solidariamente.

Llegó el momento. O mejor, “les llegó la hora” como una mujer grita en nombre de todos. El desfile de los ocho asesinos inquieta la sala, la cara masticada del “Cachorro” Menéndez es conocida, pero la de los otros siete integrantes de la patota ha permanecido oculta tras el manto de impunidad de todos estos años. Ahora se acabó. Cientos de instantáneos flashes retratan los rostros de los que siempre se ocultaron para hacer el mal: ahí están, mostrando una dureza impostada, mirando con altanería, las caras de los que secuestraron, robaron y mataron. ¿Quién es quién?, es la pregunta que recorre las butacas, “es simple, estos milicos siempre se ordenan jerárquicamente”, al lado del “Cachorro”, está el “Salame” Rodríguez, al lado de este, camuflado con barba y pelo largo, se sienta uno de los jefes de la tortura, el “Rulo” Acosta, y después, en la cadenita de mandos: “el hombre del violín” Manzanelli, el “Tío” Vega, el “hincha bolas” (HB) Díaz, “Gino” Padován y “Fogonazo” Lardone. Rescatar los alias de los genocidas –que todos, con excepción de Lardone, negaron tener ante el juez- es muy importante ya que en la vida cotidiana del campo de concentración así se llamaban comúnmente. Camaradería militar que le dicen. Farsa que está llegando a su fin. Oíd mortales: les llegó la hora.


OIR SE DEJAN

Un momento muy fuerte de la segunda jornada sucede cuando Menéndez y los otros represores contestan las preguntas de rutina del tribunal. Esas voces. Sordos ruidos de corceles y de aceros. Allí están los torturadores, declarándose inocentes, diciendo que salvaron la patria, haciéndose las víctimas, sin contarle al mundo dónde están los cuerpos desaparecidos, quién tiene los niños robados. ¿Inocentes? Es para reír o llorar. Los rostros en la sala de audiencia se ponen tensos. Lo que se oye no es grato. Y pensar que hay quienes ni conocieron las voces de sus seres queridos, desaparecidos. ¿Cómo contener tanto dolor, tanta indignación? El respetuoso silencio que se hace sentir, marca la distancia ética entre los que han trasuntado lágrimas y esperanza en busca de la justicia y quienes violaron todas las leyes. No hay que darles ninguna excusa a estos asesinos. El silencio de la sala dice mucho, resuenan los ecos de la dignidad: los que salieron de los campos de detención y exterminio, los que siguieron en todos estos años cuando la consigna era no hablar del pasado. También están Hilda Flora Palacios, Carlos Lajas, Raúl Cardozo y Humberto Brandalisis. Oír se dejan.


EL GRITO SAGRADO

Mientras el juez lee la acusación, donde queda clara toda la secuencia de la maquinaria del terrorismo de estado –secuestros, torturas para sacar información para más secuestros, alojamiento clandestino, asesinato y ocultamiento de los cuerpos, planificación de nuevos secuestros…-, corren lágrimas por los rostros de muchos. “¿Cómo estás?”, le preguntan a una mujer que sale de la sala en un cuarto intermedio del debate, “imaginate, estoy con una mezcla de sensaciones, pero en el fondo estoy tranquila”. Mientras tanto afuera de la sala miles de cordobeses hacen llegar al recinto la voz colectiva, el grito sagrado: “30.000 compañeros desparecidos… Presente!, ahora y siempre”. Sí, y hoy más que nunca. La tranquilidad en este caso, sin lugar a dudas, es sinónimo de esperanza.