Torturar, fusilar, exterminar

Audiencia 7, 10 de junio de 2008. 10.30 hs. Susana Margarita Sastre recorre de izquierda a derecha el espacio vidriado y blindado que protege a los represores. Mira los rostros de sus verdugos y salvo Rodríguez, Díaz y Padován, reconoce al resto por sus nombres y alias. La sobreviviente relata que fue detenida el viernes 11 de junio de 1976 en la plaza de Los Burros por un grupo de tareas que se conducía en un Dodge. Vestidos de civil, la redujeron y esposaron con las manos hacia atrás, le colocaron anteojos negros oscurecidos con papel carbónico y la introdujeron en un auto. Camino al campo de concentración y exterminio La Perla, fue capturado Jorge Ruarte, baleado en un hombro, tras un fallido intento de fuga. Al llegar “la bajaron de los pelos” y Elpidio Tejeda alias "Texas", en medio de gritos y preguntas la golpeaba. De inmediato trajeron a otros prisioneros como la señora de Franchi, “con la cabeza vendada” y a su hija de 15 años luego castigada por Tejeda. También a Piero di Monte “muy, muy, lastimado” y a Ana Iliovich.
En la oficina le mostraron un organigrama del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores) donde ella figuraba como "correo", registraron sus datos filiatorios y de bienes.

Máquina de matar
En la sala de tortura, le aplicaron “el submarino” -en un tacho de unos 200 litros que contenía agua podrida-, la desvistieron y colocaron en una cama de elástico de hierro y espaldares. “Me pusieron desnuda en posición de parto y me aplicaron la picana fuerte que muerde la piel y la otra donde a la persona se le arquea el cuerpo y se tensan la boca, la vagina y las piernas”, rememora. Después de “un día entero sin tomar agua, con los ojos vendados, uno pierde la noción del tiempo. No habla, no sabe dónde está. Su relación interna, ¿qué pasa, qué van a hacer? son las formas que usan para deshumanizar y hacer que las personas se desintegren” reflexiona.
Ante la requisitoria de Jueces, Fiscales y Querella afirma que todos los procedimientos fueron ilegales y que la desaparición y los campos de concentración sustituyeron a las cárceles. “Fue un sistema que se instaló para romper los lazos con la sociedad. Fueron una máquina de matar que se alimentaba de muertos y la tortura permitía que eso funcionara”, sostiene ante una sala conmovida. Agrega también que además de la tortura física existían otras prácticas perversas como pedirle al cautivo que redacte cartas a sus seres queridos diciendo que estaban bien. Jamás fueron enviadas. O los llevaban como acompañantes en un "lancheo" que consistía en hacerlos presenciar secuestros en la calle.
Incriminó a Tejeda, “Ropero”, “Fogonazo”, Yañez, Manzanelli, Lardone, Vergéz y Barreiro, como los principales responsables del área. Pero aclara que en virtud del pacto de sangre para garantizar la impunidad todos participaban. Incluso se “jactaban” de su crueldad. Sobre el mecanismo empleado para los “traslados” atestiguó que cuando se oían los motores del camión se generaba un clima tenso. “La gente era retirada por el número, después amordazados y con las manos atadas para atrás. Se decía que iban al pozo”, explicó. “Eran desaparecidos, fusilados”, dice categóricamente.
Una de las experiencias que considera “más horrendas” fue la llegada de los jóvenes estudiantes del colegio Manuel Belgrano. “Chicos de 15, 16 años. Las chicas lloraban. Todos los que estuvimos al lado les hablábamos. Fueron todos trasladados a la muerte. Caminaban derechos”, dijo con profunda tristeza.

Transcurrir en la cuadra
Pese al horror vivido recuerda pequeñas historias que por instantes le devolvían la dignidad perdida. Así, detalla que la primera vez que –esposada y con vendas- intentó beber el mate cocido, se quemó la boca y una compañera de infortunio la ayudó a comer. “Uno hacía un hueco en la oscuridad y reconocía a los otros por los zapatos, se le agudizaba el oído. En un momento de mayor distensión se formaron grupos y pudieron relacionarse, decir los nombres. “Son lucecitas, las grietas del sistema, que era la gendarmería. Cuando no estaba inteligencia nos dejaban sacar la venda y hablar con el del lado”, confió. En noviembre recibieron la visita de los generales Menéndez y Centeno. Junto a Manzanelli, Acosta y Barreiro recorrieron la cuadra. Ellos permanecían en el piso, acostados, vendados y esposados y ellos se paraban a los pies de cada uno.
También viene a su memoria la presencia del matrimonio Coldman traídos junto a su hija de 15 años. Eran propietarios de una óptica. Seguramente del saqueo realizado “trajeron anteojos y repartieron en la cuadra. Toda una ironía”, dijo y mostró el par de lentes que aún conserva. Para la fiesta de Navidad, por la tarde, Acosta y Manzanelli los saludaron y regalaron pan dulce y sidra. Incluso permitieron que festejaran. “Fue un día muy duro, no me quería levantar”. Pero Horacio Álvarez y Tomás Di Toffino insistieron para que comparta. “La guardia llevó un grabador, puso música y se bailó. Bailé un chamamé con Tomás y Horacio cantó “uno vive lleno de esperanza...”. Entre noviembre y diciembre reveló que por efecto de la tortura murieron varias personas. Por caso, recordó que un hombre “corpulento, (Luis Justino) Honores al que le administraron sueros y (César Roberto) Soria, murieron en el lugar al igual que el médico Fernández Samar, Falik de Vergara y Luján de Ruarte”. El 27 de febrero de 1977, fue trasladada por González (alias Juan XXIII) al campo de concentración La Ribera.
Precisamente, "Juan el bueno”, quien portaba un gorro con la leyenda: tierra, familia y propiedad y un escapulario le había dicho: “Nosotros somos dioses. Ustedes son muertos que caminan”. Un caso tragicómico aporta realidad a la afirmación. Un día trajeron a una pareja secuestrada junto a un ave gigante y vistosa: un papagayo. Lo ubicaron cerca de las duchas, el animal repetía “guardia, guardia, baño”.
Sobrevivió a sus dueños. Pasó un mes y luego fue entregada a sus padres en Bell Ville. Pero por dos años, uno de sus hermanos tuvo que cumplir el servicio militar, aislado. “Fue un rehén”, afirma.
Susana Sastre, licenciada en Trabajo Social, expresa que pudo reconstruir su vida “desde la alegría” pero pensando que algún día se llegaría a esta instancia. “Nunca pude explicar el horror, tanto dolor, como si no pasara nada. Un animal era más importante. Que esto no ocurra nunca más. Que los jóvenes sepan que este espanto no tiene que volver a pasar, que se hiciera justicia”, concluye.
En ocho meses de cautiverio además de los nombrados vio con vida a Graciela Doldán, Ricardo Armando “Sapo” Ruffa, Horacio Álvarez, Juana Avendaño de Gómez y a su esposo, detenido y luego muerto en un “enfrentamiento en Ascochinga”; a Tita Buitrago, Horacio Dottori, Graciela Geuna, Roberto Yornet, Berta Perassi, Gustavo Contemponi, Patricia Astelarra, a un obrero de Sancor de apellido Orman. 
Terminado el testimonio de Susana Sastre y luego de una cuarto intermedio ingresa Ana Mohaded, que gira su cabeza y reconoce a Menéndez, Manzanelli, Vega, y Lardone. Comienza su testimonio. “Esta es la de arte” dijeron quienes la secuestraron en una casa de avenida Colón al 1500, junto a Norma Berti y Hugo Basso. Ana militaba en el centro de estudiantes de la Facultad de Arte y fue secuestrada el 11 de noviembre de 1976. “Vos, ¿sabes dónde estás, y quienes somos? -recuerda que la increparon- somos del Comando Libertadores de América. Vos estás acá ilegal, nadie puede saber de vos. Tenemos todo el apoyo del ejército. Acá nadie te va a encontrar.”

Trayectos del horror
“Quiero contar ahora lo que ví en La Perla. Estuve doce días y, de a poquito, voy reconociendo uno y otro dato que memorice… para que no se olviden que yo lo viví”. Ana con sus dedos va marcando uno a uno los nombres de quienes recuerda como secuestrados. En medio del relato se frena. Recuerda a Druetta, “a él lo sacaron” y hace signos de comillas. Suspira y agrega “¿Y donde?” Y uno suponía que a la muerte o a la libertad. Era como en las películas del Holocausto cuando dicen ‘los trasladaron’.
Pasaba en La Perla: vos salías de allí y no sabías más nada. Vos entrabas allí y nadie sabía más nada de vos”. Posteriormente, continua con la enumeración hasta que recuerda a Honores, un obrero de la construcción que estaba encerrado con biombos. Una de esas noches se muere. “Sí, se muere por la tortura” enfatiza Ana, y ya no puede hablar. “Soria también muere por la tortura” agrega. Los relatos de los días se desordenan y se puebla de tristeza. Recuerda un papel que tenía la instrucción del “método del Lancheo” que era detener a “los subversivos” con vida y no dispararles ni en el pecho ni la cabeza. También, las tres veces que en esos doce días le pasaron una carpeta con fotos para que reconociera. “Yo cruzaba los ojos para no hacer muecas y se notara si reconocía a alguien”.
La testigo hace pausas y silencios. De allí enuncia que “Barreiro, Vega y Manzanelli daban órdenes. Daban órdenes, y metían miedo y torturaban” enfatiza. El 22 o 23 de noviembre comienza el peregrinaje: llevan a Mohaded con Soria y Porta hasta las rejas. Barreiro dice: “me he quedado con ganas de seguir torturándolos o golpeándolos pero nos dicen que han dado la orden de que los dejemos vivos”.
Igualmente, la testigo recuerda que ya en una de las torturas Manzanelli le dice que quedarían vivos y que iban a hacer un Consejo de Guerra donde los iban a matar legalmente o “nos pudriríamos en la cárcel”. En un primer momento pensó que los llevaban “al dique”, donde se comentaba que le ponían cementos en las piernas y los tiraban al San Roque. De su paso por la Ribera, al que caracterizó como “campo de transición”, Mohamed recuerda los golpes del “gordo HV” (Diaz) y quiso puntualizar dos hechos: La primer noche cuando mataron a un chico Tissera y cuando llegó la Cruz Roja y fueron presionados para no hablar. “Nos dijeron que éramos apátridas y cantamos el himno”. Eran diez. Otra vez la emoción en la voz y aclara “fue con una fuerza inmensa, recuerdo el grito sagrado… o juremos con gloria morir.. y nos golpearon”.
Crespi, abogada de la Defensa, frena el relato, alega que se retira por un compromiso impostergable. Ana abre más grande los ojos.
El 6 de diciembre “me llevan a la cárcel y al Consejo de Guerra” aclara. En abril del 77 a la D2. En febrero del 78 ya le pusieron por primera vez la capucha y sonaron por primera vez las palabras “comisión” y los golpes, la lectura de una proclama y otros recuerdos que se amontonaban. En medio de la descripción de los vejámenes se ve le perfil de algunos de los acusados: Lardone bosteza sin vergüenza, Díaz toma nota y sobresale alguna escarapela negra.
En Junio del 78 llega a la Perla Chica, en Malagueño. “Otra vez a Comisión,” recuerda. Y describe “pulóver blanco –grueso para que los golpes se sintieran menos-, capucha y camión militar”. Ana recuerda que fue sometida a tres “Consejos de Guerra” y que la acusaron de homicidio calificado y asociación ilícita. En el 82 fue absuelta por el cargo de homicidio y recupera la libertad. De la experiencia en las cárceles destaca las requisas, golpizas y la incomunicación. Afirma que estuvo en un régimen de máxima seguridad con condiciones subhumanas casi similares a las del Campo de Concentración. 
En ese largo peregrinar entre cárceles y centros clandestinos (La Perla, el Campo la Ribera, la Cárcel Penitenciaria, el ex D-2 de la Policía, la Perla Chica en Malagueño y la ex cárcel de mujeres el Buen Pastor), al pasar a “Comisión” (capucha, suéter blanco y camión, como enumera una y otra vez) le dieron la posibilidad de elegir un abogado para su defensa entre tres nombres. “Romero”, arriesgó. Romero llegó y le puso un arma en la cabeza, y le dijo “yo soy tu abogado defensor pero creo que todos ustedes deberían estar viendo margaritas”.
Allí, en el último Consejo de Guerra es cuando la pasan a la Justicia Federal. En el 79 ya era la única presa política en Córdoba, testifica. La presencia de los organismos internacionales también se va colando en el relato. A la anécdota de la Cruz Roja se le suman la presencia desde 1979 de la OEA que posibilitó que comenzaran a tener visitas mensuales en la cárcel y, posteriormente, en el 81 otra vez la Cruz Roja. Allí recuerda que por esos años ya podía escribir, en forma abierta, cartas a su familia. Ana se incorpora derecha en su silla y mirando al Tribunal comienza a describir la larga fila de gente que llega a su celda antes de que la visite la cruz Roja. “En un momento, una de las personas se me acerca y me dice: así que vos leíste tal cosa, comiste fideos… y allí reconozco la voz de Manzanelli. Le dije: Usted es Luis Manzanelli, torturador de la Perla”.
Mientras se alejaba describe cómo desde las rejas gritaba: Señora Cruz Roja ese es Luís Manzanelli, torturador. “Esa fue la última vez que lo ví antes de verlo hoy acá”, termina.

Aquí, testimoneando
A las 17,12 comienzan las preguntas de la Fiscalía que ahonda en las formas de la tortura y quienes las protagonizaban. “¿De las torturas?... tengo cicatrices en el cuerpo pero más en el alma… venir acá significaron muchos días de dolor. Esa fue la secuela más terrible. Saber que no fui la única y saber que hay otros que hoy no están” aclara.
De la “patota del secuestro” recuerda a “Palito Romero” a otro que le decían el cura, un alias el yanki y “el fogo”. Para recordar, Ana cierra los ojos y sube y baja sus hombros. Mueve la cabeza.
De los que ejecutaban las torturas, aclara que Hugo Basso reconoció que Barreiro lo torturaba igual que a Honores. Vergara (Vega) la torturaba a Norma, afirma. También recuerda que Lardone una vez los golpeó a Soria y a ella. Dos instantes después reflexiona “a Menéndez no lo ví pero sí escuché que ellos se referían a él como el mandamás, el jefe o algo así y que para él ninguno de nosotros debería estar vivo. La orden era el exterminio”.
Ana es espontánea. Sonríe por lo bajo cuando puede y ese gesto conmociona. La Querella hace una pregunta. "¿Qué era colaborar?” y dispara la testigo: “ese era un término de ellos…” Se detiene unos instantes a pensar y apuesta “creo que hay gente que murió sin pronunciar un nombre”. Otra vez Honores. Pero si circulaba en La Perla, como ideario, como cosa terrorífica… tampoco sé si alguien dio un nombre que hoy este vivo”. Como ejemplo dijo que había visto a muchos trabajar en la imprenta y que hoy no estaban vivos. Y fue más clara: “¿La hipótesis de que el hecho de dar nombres te salvaba la vida?... y no”, responde firme.
Cuando llegan los interrogantes sobre la violencia de género, el espacio se tensa. La testigo ejemplifica con anécdotas de las duchas donde veían a los gendarmes que se paraban detrás de los círculos de las puertas a mirarles el cuerpo. Un cuerpo lastimado, vejado, enfatiza. “Encima de esa lastimadura estaba esa mirada. Ya era una violación” Se quiebra y llora. Es la primera vez que llora. Cierra largo tiempo los ojos. “Me sangraban las rodillas e intentaban tocarme, 20 minutos de camino son 20 minutos” subraya mostrando otra vez cómo la dimensión del tiempo se explaya en el dolor.

Díaz toma nota, Acosta parece que se duerme. Otra vez hay sillas vacías entre los acusados y manos cruzadas. La defensa no pregunta.

18,22 Agüero pide la palabra y la nulidad de la inspección ocular a La Perla programada para el día siguiente. La querella aclara que esa petición es extemporánea y el Tribunal no hace lugar al pedido. Ana, en el centro, de frente al tribunal mira hacia abajo mientras anuda su bufanda. ¿Qué estará escribiendo Díaz?, preguntan desde dos asientos más allá el público. De repente, la testigo pide hablar. Quiere hacer un homenaje. “Quiero quedarme acá, en silencio, durante un minuto: por los hombres, niños, y mujeres que murieron en La Perla” sostiene. El aplauso se extiende espontáneo y sentido. El Tribunal ordena silencio.
Irrumpe otra vez la defensa pidiendo presentar libros del PRT, ERP y otros como prueba argumental. Ya la testigo pide retirarse.
Norma Berti, Hugo Basso, Eduardo Porta, Soria, Gringa Doldán, Chela, Callizo, Graciela Geuna, Pedro Aguilar, Gringa Demarchi, Peruca y su mujer Ana Abad, Druetta, Freitas y Honores. Nombra también a Tisera, Soledad Sastres, Sapo Ruffa y Cacho, son parte de las voces y los nombres que grabó de La Perla. Ana recuerda “me preparé para memorizar por treinta años. Me dije algún día vamos a salir y lo vamos a contar”. Hoy Ana, pudo nombrarlos.

Por Katy García y Ximena Cabral

Esta nota fue publicada en el Diario de juicio, publicación digital realizada por H.I.J.O.S. Córdoba con la colaboración de periodistas independientes.