5 - LAS OFICINAS

Estas habitaciones tuvieron como principal función sistematizar y almacenar la información arrancada bajo tortura a los detenidos-desaparecidos. 

Al llegar, a cada secuestrado se le asignaba un número que suplantaría su nombre dentro del campo, y se confeccionaban carpetas y listados en los que se registraba su identidad y pertenencia política. Por este procedimiento todas las personas secuestradas fueron registradas en listas elaboradas por triplicado: mientras que una copia permanecía en la Jefatura de “La Perla”, otra era enviada al Destacamento 141 y la última quedaba en manos del Jefe del III Cuerpo de Ejército. La burocratización y sistematicidad en las prácticas represivas da cuenta de una “administración racional” del terror y la muerte.

Las oficinas fueron también un lugar de tortura. Lo que en la jerga del campo se llamaba “el previo” o “el ablande”, combinaba los castigos físicos con extorsiones y amenazas a las víctimas. Para ello se utilizaba la información acumuladapreviamente en forma ilegal por los “servicios de inteligencia” del Estado. Luego las personas eran llevadas a la sala de tortura ubicada en el extremo de los galpones de automotores. Estas habitaciones también se utilizaron como lugar de cautiverio y para “preparar” a los secuestrados elegidos para ser asesinados. Para esto último, se les ajustaba con fuerza la venda, se les ataban las manos y se los amordazaba para que no pudiesen defenderse. 

TESTIMONIOS SOBRE “LAS OFICINAS”

“En un momento posterior al primer interrogatorio, el Capitán Barreiro me informa textualmente: “Bueno pibe, para ponernos en claro… los uniformes que viste hoy a la mañana, los camiones y todo el dispositivo en la Terminal, son cobertura, “son verso”. Acá no estás detenido, acá estás secuestrado ¿Está claro? De aquí en más pasaste a engrosar la lista de los desaparecidos. Esto es el Comando Libertadores de América, no sé si me entendés, estás muerto… pero estás vivo” (Testimonio de Carlos Pussetto, en facsímil de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas de Córdoba, Córdoba diciembre 1983.)

 

“A la mañana siguiente fui llevado nuevamente a las oficinas donde, después de ser despojado de las vendas de los ojos, se presentó una persona diciéndome más o menos textualmente: “Buenos días! Me llamo Luis y pertenezco al glorioso e invicto Ejército Argentino! Vos no estás detenido legalmente, sino secuestrado, desaparecido. Aquí no hay abogado ni cosa alguna que pueda ayudarte! Nosotros somos ahora los dueños de tu vida”. Se trataba de Luis Manzanelli, alias “Luis” o “Piazze”, en ese entonces sargento ayudante del ejército.”  (Héctor Kunzmann, actualización del testimonio para CoNaDeP brindado en 1984).

 

“A fines de enero del nuevo año fui designado junto con un par de compañeros a tareas de dactilografía (me había “recomendado” un compañero sin que yo lo supiera) siendo llevados algunas horas a la mañana y otras a la tarde a una oficina contigua a la “cuadra” donde se me impuso la tarea de la confección en 3 ó 4 copias de la carpeta de acciones de la Sección de Actividades Especiales de Inteligencia (léase Campo de Concentración y Exterminio de La Perla) durante el año 1976, en base a un montón de datos desordenados y escritos en papeles y papelitos de todo tamaño.” (Héctor Kunzmann, actualización del testimonio para CoNaDeP brindado en 1984).

 

“Al prisionero, durante la etapa de interrogatorio y tortura, se le tomaban declaraciones en torno a sus datos personales e historia personal. Esta práctica la llamaban “previo" y eran las primeras hojas de una carpeta, en cuya tapa estaba escrito el nombre y el apellido del prisionero junto a un número. Este número nos correspondía según un orden de llegada al campo y era nuestra ficha de identificación. Cada uno conocía su número y no debía olvidarlo.Durante la primera etapa todos los prisioneros eran obligados a revisar un archivo de fotografías conformado por álbumes correspondientes a presos políticos y comunes detenidos en la Penitenciaria; -estudiantes de las distintas facultades; obreros dependientes de distintas fabricas; personas detenidas en averiguación de antecedentes por la Policía Provincial y Federal por haber participado en manifestaciones populares; soldados conscriptos que estaban realizando el Servicio Militar Obligatorio.” (Testimonio de Piero Di Monte, ante el Consulado Argentino en Milán, Italia, 27 de abril de 1984).

 

“La tortura con el palo fue algo terrible; "Texas" creaba una verdadera escenografía terrorífica.

El tormento comenzó cuando fui llevado a una oficina, con las manos atadas por delante de mi cuerpo. Me sacaron la venda de los ojos y entonces "Texas" comenzó a apalearme precisa y rítmicamente con un palo de madera similar a los de la policía, mientras decía; "Quiero una casa, una casa... un nombre, un nombre...". A cada pregunta y a un ritmo de uno por segundo, aproximadamente, un palazo.
No era un golpe brutal, sino medido pero contundente. Los blancos preferidos eran las articulaciones de las manos, codos hombros, brazos, rodillas, canillas, tobillos y la cabeza, es decir todos los lugares donde los huesos son muy superficiales.
Como no tenía los pies atados yo trataba de esquivar los golpes corriendo por la habitación, pero era imposible escapar al castigo. Estaba rodeado de otros torturadores, y cuando tropezaba y caía me arrojaban al centro de la habitación otra vez, como a la jaula de un león. Así, fui cayendo cada vez más seguido. Y cuando me levantaba, una nueva zancadilla me arrojaba al piso. Comencé a desfallecer mientras los palazos continuaban al mismo ritmo, al igual que los gritos de "Texas" y sus secuaces. Finalmente caí y no pude levantarme. Entonces me sostuvieron entre varios hasta que me desvanecí.” (Gustavo Contepomi y Patricia Astelarra, Sobrevivientes de La Perla, El Cid Editor, abril de 1984).

 

“Recuerda un papel que tenía la instrucción del “método del Lancheo” que era detener a “los subversivos” con vida y no dispararles ni en el pecho ni la cabeza. También, las tres veces que en esos doce días le pasaron una carpeta con fotos para que reconociera. “Yo cruzaba los ojos para no hacer muecas y que no se notara si reconocía a alguien”. (Crónica sobre el testimonio de Ana Mohaded, Diario del Juicio - H.I.J.O.S., Córdoba, Argentina  2008.).

 

“… a mí en varias oportunidades me sacaron de la cuadra y me llevaron a una habitación donde continuaba estando vendada pero sola, hasta que después me ponen en una habitación con otras dos personas, donde seguimos estando vendados pero no tan rigurosamente. Después, con el tiempo, podíamos estar sin la venda dentro de la habitación… (…) (primero) me separaron en una habitación, después esa realidad fue para mí peor porque durante la noche, permanentemente, entraban en la habitación y me tocaban, supongo, con la punta de los fusiles, y no me dejaban dormir.” (Testimonio de Cecilia Suzzara en El Diario del Juicio, Ed. Perfil, 1985).

 

“… también he visto a un señor que se hacía llamar Vergara y luego me entero que su verdadero apellido es Vega, y él me lleva también a una oficina y también me saca la venda lo veo; yo a los dos (Vega y Manzanelli) les digo que por qué me han torturado, y ellos me dicen: “no yo no te torturé”, yo les digo que les he reconocido la voz, y los dos me dicen: “bueno, sino torturamos, acá no vamos a poder hacer nada”. (Testimonio de Ana María Mohaded en El Diario del Juicio, editorial Perfil, 1985)

 

“A cada secuestrado le tomaban una declaración escrita llamada "previo".

A medida que la represión fue obteniendo resultados positivos en su objetivo de eliminar toda idea opuesta a la dictadura militar, comenzó a producirse un relajamiento general en las metodologías aplicadas para la interrogación. La muerte de Tejeda, uno de los más eficaces torturadores, contribuyó a un cambio del clima general.
Simultáneamente, a instancias de Barreiro, un experto torturador, se comenzaron a implementar técnicas de utilización de los prisioneros.”
(Gustavo Contepomi y Patricia Astelarra, Sobrevivientes de La Perla, El Cid Editor, abril de 1984).

 

“En las oficinas donde “interrogaban”, en las paredes habían puesto clavos para colgar los diferentes elementos de tortura que utilizaban.

El más común era una especie de goma de 1,50 de largo, con muchos hilos metálicos dentro, que producían un dolor indescriptible.
Otros eran gruesos palos de madera maciza, botellas vacías, sillas. (…)
Durante mucho tiempo, las oficinas mostraban manchas de sangre en las paredes y de pisadas, dejadas por las patadas que no llegaban al prisionero.”
(Testimonio de Liliana Callizo ante el consulado argentino en Bilbao, España, Marzo de 1984).

 

“La llegada del secuestrado con el bagaje de información que pudiera acumular en su cabeza (la cual había que sacar por cualquier medio y lo más rápidamente posible), era considerada como "una fiesta" por el conjunto del personal militar y civil de La Perla. 

Todos rodeaban al detenido al cual se interrogaba vendado. Primero se lo intentaba "ablandar" hablándole del rol que cumplían los oficiales jóvenes como salvadores de la Patria, o bien se utilizaban golpes de puño, palos, patadas, amenazas, gritos, etc. Durante bastante tiempo, las paredes de las oficinas mostraron las manchas de sangre seca o marcas de pisadas. 
Posteriormente el detenido era llevado a la "sala de terapia intensiva"”
(Testimonio de Teresa Meschiati, Legajo CoNaDeP 4279, diciembre de 1983)

 

“… luego de darme una paliza pude conseguir una hoja de afeitar que habían olvidado sobre el escritorio e intenté cortarme las venas. Me la confiscó Tejeda quien me dijo: "no te vas a poder morir nena, aquí vas a vivir todo el tiempo que queramos nosotros, aquí somos Dios". Matarse era la única manera de huir de ese horror, de la tortura, pero tampoco era posible. Poco a poco me daba cuenta que a pesar de todo lo que luché desde que me secuestraron no habían posibilidades de huir ni de matarme, ni de esperar un juez ni un abogado, claro, el margen de decisión personal se hacía cada vez más pequeño, que las defensas naturales que tenía no me servían.” (Testimonio de Graciela Geuna ante el consulado español en Ginebra, 9 de julio de 1998)


“… a cada detenido se nos hacía una carpeta en donde ellos ponían todo el contenido de las declaraciones, con todos los datos personales, después esas carpetas llevaban en la carátula el nombre de cada uno y eran remitidas al Destacamento de Inteligencia 141 (…) pero en la última época, había un fichero en donde consignaban los nombres de todas las personas, en terminología de ellos, “elementos detectados”, ponían nombre, todos los datos personales de la persona en cuestión, si tenían foto adjuntaban foto a esa ficha y en la parte de atrás ponían si tenían conocimiento de qué accionar político o relaciones con personas vinculadas con distintos partidos u organizaciones políticas (…) y si estaba muerto, preso o en libertad” (Testimonio de Cecilia Suzzara en El Diario del Juicio, Ed. Perfil, 1985)