6 - LA CUADRA

Este es el lugar donde los secuestrados pasaban la mayor parte de su cautiverio. A lo largo del funcionamiento de este centro clandestino, la cuadra albergó un número variable de personas, llegando en algunos momentos a alojar simultáneamente más de cien. 

Los secuestrados eran traídos aquí  gravemente heridos luego de los tormentos psíquicos y físicos padecidos en las oficinas y la sala de torturas. En general, pasaban todo el día acostados o sentados en colchonetas de paja y tapados con mantas de lana, vendados y maniatados, permanentemente vigilados y con la estricta prohibición de comunicarse. 

La venda en los ojos, la inmovilidad, ser llamados por un número, ser testigos del sufrimiento de otras personas, sumados a la incertidumbre sobre el propio destino y el de los demás, formaron parte de los mecanismos utilizados para deshumanizar a los detenidos desaparecidos y arrasar su personalidad.

En esas condiciones, la supervivencia muchas veces fue posible sólo gracias al auxilio que pudieron brindarle los propios compañeros de cautiverio. Estosgestos de solidaridad permitieron sobrellevar las durísimas experiencias vividas como pequeñas resistencias a la deshumanización que implicaba estar en el campo de concentración.

TESTIMONIOS SOBRE "LA CUADRA"

“Los desaparecidos durábamos en un recinto de aproximadamente 20 metros por  70 metros. Tirados en colchonetas de paja. Con los ojos vendados. Con prohibición de hablar y moverse. Custodiados por gendarmería nacional. Subalimentados. Enfermos, sin noción de cuando empezaba o terminaba el día. Atemorizados constantemente por los gritos de los torturados o por el gemir agónico de los que perecieron (…). Aislados, solos. Navegando a oscuras en el horror, en la incertidumbre absoluta, hacia la locura. Convertidos en cosas en objetos con un número (el mío era 538). Esperábamos cotidianamente la muerte por fusilamiento o en algunos los fraguados “enfrentamientos” en cualquier calle. Así durábamos. Muertos pero vivos, como decían los militares.” (Testimonio de Carlos Pussetto, en facsímil de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas de Córdoba, Córdoba diciembre 1983.)

“¿Qué justifica, por ejemplo, haber sacado del pabellón de detenidos-desaparecidos a uno de ellos (los detenidos) el día de su cumpleaños, anunciarle que inmediatamente iba a ser fusilado, vendarle los ojos, llevarlo a una oficina, arrancarle la venda de golpe y entre varios militares con copas de vino en la mano cantarle el “cumpleaños feliz” y llevarlo de vuelta a la colchoneta? (Y ese detenido-desaparecido era yo).” (Testimonio de Carlos Pussetto, en facsímil de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas de Córdoba, Córdoba diciembre 1983.)

“Día a día caían nuevos prisioneros. Todo se daba como en grandes contrastes: a largos momentos de silencio y quietud indescriptibles sucedían muchas horas de gritos, llantos, quejas, amenazas de los interrogadores-torturadores, prepotencia de los gendarmes, delirio de los prisioneros... 
En este clima pasé mi primera Navidad allí dentro. No faltó ni siquiera la música en esa circunstancia: un suboficial de gendarmería se apareció con un par de “sus muchachos” acompañados de guitarras y tocaron y cantaron algunas canciones en nuestro “honor”. Tampoco faltaron los que vinieran una semana después a desearnos un “feliz año 1977”.” (Héctor Kunzmann, actualización del testimonio para CoNaDeP brindado en 1984)

“Vivíamos con los ojos vendados y en el primer periodo con las manos atadas, esposadas. Estábamos acostados permanentemente en una colchoneta de paja. No podíamos hablar ni movernos.
La cuadra por lo general estaba llena de secuestrados (…). Cada uno de nosotros, a pesar de la corta distancia que nos separaba, vivíamos aislados unos de los otros, por la venda y por el control.
El aislamiento produce soledad, angustia, ansiedad, desaparecen los pensamientos positivos, aquellos que promueven la acción, capaces de transformar la situación.
El aislamiento hacía de los interrogadores-torturadores y de la guardia nuestros únicos interlocutores y aparecían ante el prisionero como seres poderosos.”
(Testimonio de Piero Di Monte, ante el Consulado Argentino en Milán, Italia, 27 de abril de 1984)

“(Mirta conoció a) Nelly Goyochea, una mujer policía secuestrada junto a su marido. 
Mirta le había conseguido a Nelly un rosario porque era muy religiosa. El día que la iban a trasladar, cuenta Mirta que “Fogo” (Lardone) la vino a buscar porque Nelly quería hablar con ella. La vio atada con las manos atrás y una venda prolijamente ajustada. Así Mirta vio de cerca por primera vez como preparaban a los que iban a ser trasladados. Simplemente quería agradecerle por todo y ya que la iban a matar, susurró Nelly, quería devolverle el rosario para que le sirviera a alguien más. Pero Mirta trató de convencerla que la llevaban por fin a la cárcel y que allí le iba a hacer falta. Finalmente se lo colgó al cuello y lo puso por debajo de su camisa para que no se lo quitaran.”
(Crónica acerca de las declaraciones de Mirta Iriondo, Diario del Juicio, H.I.J.O.S., Córdoba, 2008)

“En realidad los días que pasamos juntos fueron poquísimos, pero vivo aquellos recuerdos como si hubiesen correspondido a mucho tiempo.
El haber compartido con ellos (otros prisioneros) aquel submundo, aquel silencio frío, lleno de gritos, de terror, angustias, el haber simplemente hablado con ellos en voz baja, de a pedazos, compartiendo todo, inocentes alegrías y mucho miedo, hace que los sienta parte de mi vida, como grandes amigos a quienes ya no podré olvidar.”
(Testimonio de Piero Di Monte, ante el Consulado Argentino en Milán, Italia, 27 de abril de 1984).

““La Perla” era una dimensión ilegal, allí no corrían los derechos individuales, la dignidad humana, las leyes. Ellos eran dueños y señores de nuestras vidas, no existían pruebas ni defensas capaces de demoler sus acusaciones.” (Testimonio de Piero Di Monte, ante el Consulado Argentino en Milán, Italia, 27 de abril de 1984)

“… el primer sábado o domingo de carnaval, apenas pasada la cena, ocurrió algo extrañísimo. De pronto cuando fuimos a lavar los platos y cacerolas al baño, se desató -entre bromas y bromas- un juego con agua que adquirió proporciones increíbles. Lentamente todos los compañeros se fueron sumando, incluso Tomás, que se preocupó en mojar a todas las compañeras más rezagadas.
La guardia, a pesar de sus ordenes no pudo parar "el carnaval"; opto por el silencio; detrás de las rejas nos observaban con preocupación pero riendo.
Descargamos todas las tensiones vividas. Los baños y la cuadra, cuando por cansancio terminamos, estaban casi inundados. Con paciencia, todos juntos, mojados hasta "los huesos", comenzamos a sacar el agua y secar.”
(Testimonio de Piero Di Monte, ante el Consulado Argentino en Milán, Italia, 27 de abril de 1984)

“El campo en si mismo era todo una tortura; era un sistema que actuaba contra el prisionero, del cual la agresión física es un aspecto.
Este sistema apuntaba contra nuestro equilibrio psíquico, nuestra conciencia de sí, nuestra dignidad, nuestra identidad política e ideológica, nuestra autoestima moral, es decir, contra la naturaleza de nuestra personalidad.
La Perla significaba una VENDA EN LOS OJOS que aísla a la víctima del mundo exterior. El aislamiento produce soledad, angustia, pasividad, inseguridad, desaparecen aquellos puntos de referencia que hacen vivir.
La venda ataca la identidad, la autonomía, genera confusión, aparecen momentos en blanco, donde lo racional no juega.
Este sistema de agresión psico-física nos introducía en una dimensión dominada por el miedo, el terror, donde, hasta renacen instintos primitivos.”
(Testimonio de Piero Di Monte, ante el Consulado Argentino en Milán, Italia, 27 de abril de 1984)

“Pasaba en La Perla: vos salías de allí y no sabías más nada. Vos entrabas allí y nadie sabía más nada de vos”. Posteriormente, continua con la enumeración hasta que recuerda a Honores, un obrero de la construcción que estaba encerrado con biombos. Una de esas noches se muere. “Sí, se muere por la tortura” enfatiza Ana, y ya no puede hablar. “Soria también muere por la tortura” agrega. Los relatos de los días se desordenan y se puebla de tristeza.” (Crónica sobe el testimonio de Ana Mohaded, Diario del Juicio - H.I.J.O.S., Córdoba, Argentina  2008.)

“En el campo de concentración la vida cotidiana fue un tiempo y un espacio que se usó simultáneamente para mantenernos (a los "muertos que caminan", como nos decían) a la espera del "camión" (la ejecución) y para someternos a la más horrenda tortura psicofísica. Son inexplicables las situaciones kafkianas por las que se nos hizo pasar a seres humanos que ya estábamos -por definición- sentenciados a muerte.” (Gustavo Contepomi y Patricia Astelarra, Sobrevivientes de La Perla, El Cid Editor, abril de 1984)

“Había que readaptarse y desarrollar nuevos esquemas perceptivos. Aprender a moverse dentro de la inmovilidad para que el cuerpo no se entumeciera; a caminar sin tambalearse, perdiendo el miedo a caer o tropezar con objetos invisibles cuando éramos llevados por la guardia al baño. Agudizar el oído para reconocer ruidos, escuchar un murmullo o volvernos sordos ante los gritos desgarradores de los torturados o comer de memoria, ubicando el plato y alzando la mano exactamente hasta la altura de la boca.
No existían días ni noches. Los parámetros eran otros.
Descanso significaba la mayoría de las veces estar solos en la colchoneta o bajo la custodia de la guardia de Gendarmería, que en oportunidades permitía algunas "libertades", como levantarse un poco las vendas, hablar o sentarse.
A la voz de "ahí vienen los interrogadores" todo quedaba en silencio e inmóvil. Resurgía el terror que por algunas horas parecía haberse atenuado u olvidado a modo de evasión de ese infierno.”
(Gustavo Contepomi y Patricia Astelarra, Sobrevivientes de La Perla, El Cid Editor, abril de 1984)

“La luz de la cuadra estaba siempre prendida de noche. Entre el día y la noche no había gran diferencia. De día estaban los interrogadores cumpliendo sus tareas de tipo administrativo, tomar declaraciones escritas, etc., y a la noche era terrible porque escuchábamos los preparativos previos a la realización de una nueva cacería: un clima de creciente excitación, movimiento de autos, prueba de armas, disparos, gritos y la partida; nos quedábamos congelados porque pronto volverían con nuevos secuestrados.
Cuando volvían escuchábamos los gritos desgarradores del torturado, al compás del palo. Gritos que se iban transformando en gemidos como de animal, junto con los insultos y amenazas de los torturadores. Y uno recordaba invariablemente su propio calvario.”
(Gustavo Contepomi y Patricia Astelarra, Sobrevivientes de La Perla, El Cid Editor, abril de 1984)

“Un obrero de Fiat, Oviedo, al poco tiempo de la noche que recordamos como "la última cena", repartió semillas de naranja, por aquello de que un hombre debe plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro; un poco en broma y un poco en serio nos dijimos que quien sobreviviera plantaría después una planta por el otro. El "Panza", así le decíamos, tuvo una crisis nerviosa una noche, intuyendo tal vez su muerte. Le pidió a Romero que definieran su situación, que le dijeran qué iba a ser de él, si lo iban a fusilar o no. Romero lo consoló y le dijo que se quedara tranquilo, que iban a sobrevivir. A la mañana siguiente lo trasladaron. El agente civil conocía perfectamente lo que ocurría; comentó después que era mejor tranquilizarlo para que no provocara escenas molestas.” (Gustavo Contepomi y Patricia Astelarra, Sobrevivientes de La Perla, El Cid Editor, abril de 1984)

“Permanecíamos todo el tiempo acostados sobre colchonetas rellenas de paja y tapados con mantas militares de color gris, sucias y manchadas de sangre. Es muy difícil de contar el terror de los minutos, horas, días, meses, años, ahí vividos.
En el primer tiempo, el secuestrado no tiene idea del lugar que lo rodea. Unos nos lo habíamos imaginado redondo, otros, como una especie de estadio de fútbol, con la guardia girando sobre las cabezas.
No sabíamos en qué sentido estaban nuestros cuerpos, de qué lado estaba la cabeza y hacia dónde estaban los pies. Recuerdo haberme aferrado a la colchoneta con todas mis fuerzas, para no caerme, a pesar de que sabía que estaba en el suelo.”
(Testimonio de Liliana Callizo ante el consulado argentino en Bilbao, España, Marzo de 1984)

“En “LA CUADRA” murieron muchos compañeros. A nuestro lado, sentíamos el quejido de la agonía, lamentaciones por el dolor. La gente autorizada podía acercarse y estar al lado de ellos hasta que se morían. Luego, delante de nuestros ojos, la guardia lo ponía sobre una manta y entre cuatro lo llevaban afuera.” (Testimonio de Liliana Callizo ante el consulado argentino en Bilbao, España, Marzo de 1984)

“(El Gral. Menéndez) en una oportunidad visitó “la Cuadra”, acompañado del capitán Barreiro que caminaba a su lado y un poco más atrás iba el capitán González, entre otros. Vestía como siempre acostumbraba, con pantalón claro (tipo breeche), con cinturón de cuero sobre el saco marrón, botas marrones de montar a caballo, brillosas, nuevas, lisas, llevando en la mano una fusta con la cual golpeaba su bota al caminar. También iba con gorra con visera (la típica gorra de general o altos mandos). (…) Su rostro era inmutable, serio, y parecía que ladraba. Los miembros de inteligencia y tropa lo llamaban “EL CACHORRO” por su cara de perro. (…) Su llegada coincidía siempre con traslados.” (Testimonio de Liliana Callizo ante el consulado argentino en Bilbao, España, Marzo de 1984)

“Tal cual nos definían nuestros verdugos, éramos "muertos en vida", totalmente solos e indefensos. Sin ninguna posibilidad de ayuda externa, jamás reconocidos. (…) Hubo que soportar los algodones en los ojos y la venda que nos tapaba la cara, las luces potentes que iluminaban el lugar y que atraían a cientos de cascarudos y juanitas durante las noches. 
Hubo que soportar el manoseo de la requisa, del cacheo, de que nuestros guardias nos miraran mientras nos bañábamos. 
Sobre todo, hubo que aprender a vivir como desaparecido, sabiendo el dolor de nuestra familia buscándonos sin descanso, recibiendo siempre la misma respuesta negativa.”
(Testimonio de Teresa Meschiati, Legajo CoNaDeP 4279, diciembre de 1983)

“En La Perla pasamos todo el mundial, nosotros éramos rehenes, dicho por ellos, Vergara, el Gino: “Ustedes son rehenes del mundial, llega a pasar algo y ustedes van a mirar las margaritas desde debajo de la tierra, en vez de mirar la flor, van a mirar las raíces”. Ahí nos decían en calidad de qué estábamos: “ustedes son las causas de ustedes, no se van a mover en absoluto“, “ustedes nos son nadie, no son nada”, “ustedes no existen”, “ustedes están jugando su propio mundial” (…) ganó Argentina tres a uno. Nosotros estábamos felices no porque Argentina había ganado sino porque no había pasado nada en el mundial, entonces nosotros nos relajábamos en ese sentido.” (Testimonio de Juan José “Toto” López en “El mundial `78, fútbol, terror y comunicación”, tesis de grado para la licenciatura en Comunicación Social, UNC, de Alejandra Gómez, 2005.)

“Me acuerdo que había mucha movilidad y después nosotros nos enterábamos como iba el mundial. Nosotros escuchábamos a la mañana a la Norma Landi con “Ventana al Hogar”, que era un pedacito con la última guardia que estaba y tenía una radio y después asociábamos algún dato que lo transformábamos y lo analizábamos , porque un dato de afuera valía más que cinco millones de dólares, porque ahí lo que uno quiere es estar preso, fíjate lo paradójico, porque es una garantía de que estas vivo, preso, no desaparecido, ahí no sos nada, no existís, añorábamos ir presos y salir de ese estado de total incertidumbre. Insisto en esto, no existías, añorábamos ir presos y salir de ese estado de total incertidumbre, de no ser nada ir a la cárcel significaba que te reconocían, lo paradójico es que uno deseaba ir preso.” (Testimonio de Juan José “Toto” López en “El mundial `78, fútbol, terror y comunicación”, tesis de grado para la licenciatura en Comunicación Social, UNC, de Alejandra Gómez, 2005.)

“Un tema recurrente entre las mujeres era la angustia por desconocer el destino de sus hijos. Mirta cargó durante todo el tiempo que estuvo secuestrada, con la imagen de Bruno (su hijo) abandonado y sólo. Junto a Nelly (otra detenida) habían ideado un regalo para el día de la madre. Mirta lograba sacar papel y lápices de las oficinas cuando la enviaban a limpiar la sangre de los golpeados. Nelly había escrito una tarjeta para cada una de las secuestradas con el nombre de sus hijos y una frase dentro.” (Crónica acerca de las declaraciones de Mirta Iriondo, Diario del Juicio, H.I.J.O.S., Córdoba, 2008)

“Intento describir ese infierno con la certeza de que es imposible, era otro mundo donde todos los parámetros normales se trastocaban. Me es imposible remontarme a esa época sin pensar en ella como si siempre hubiera sido de noche. Si para una situación normal lo cotidiano era la luz para nosotros la cotidianeidad era la oscuridad.
Finalmente teníamos asimilada la venda como una parte de nosotros mismos.
Había estricta prohibición de hablar. El silencio aplastante era roto sólo por los gritos que quienes estaban siendo torturados, por las carcajadas de los torturadores y por el motor de los autos al estacionar y partir para nuevos secuestros. (…) Teníamos alterado el sentido de la distancia. A veces era posible comunicarse con quien estaba al lado pero no sabíamos quien estaba a tres metros de distancia.”
(Testimonio de Graciela Geuna ante el consulado español en Ginebra, 9 de julio de 1998)

“Nos despertaban a las 7 de la mañana y así un nuevo día de horror comenzaba.
Era terrible despertarse, no queríamos nunca que llegara el día... cada mañana pensábamos: un día más de horror a soportar, el sueño era el único refugio que teníamos y con las guardias que nos hacían estar acostados todo el día, creo que yo dormía 20 horas por día, sin ninguna exageración.
Tampoco dormíamos profundamente, era como nunca estar dormido y nunca estar despierto, uno entra en un estado de somnolencia, de letargo, muy extraño.”
(Testimonio de Graciela Geuna ante el consulado español en Ginebra, 9 de julio de 1998)

“No podíamos ubicarnos geográficamente en Córdoba, nos parecía que estábamos en la Luna, en algún lugar fuera de la realidad... eso es lo que ellos querían conseguir, esa sensación de indefensión e irrealidad que permitiera manipularnos mejor, dejarnos sin defensas, sin ningún referente, sin ningún gesto posible de humanidad salvo los que ellos (los represores) podían hacer...” (Testimonio de Graciela Geuna ante el consulado español en Ginebra, 9 de julio de 1998)


“… a los pocos días de mi secuestro, (en) junio del 76, (…) Graciela (Doldán)  me preguntó: “¿Vos que pensás que nos va a pasar?”, le contesté: “Nos van a matar a todos”, Graciela: “Bueno, muy bien, mejor que pienses eso para poder hablar entre nosotras francamente. Yo pienso lo mismo pero quizás alguien quede vivo, tenemos que averiguar todos los datos que podamos e intercambiar para que todos manejemos todo”. También me dijo que ella quería que nos mantuviéramos juntos y organizados (…) El día que descubrieron que nos estábamos intentando organizar, a fines de julio, entró José López con 20 gendarmes armados, haciendo ruido con sus metralletas y diciendo que nos iban a matar a todos (…) a Graciela, a mí y a otros nos aislaron, esposaron, pegaron (...) Sin embargo no fracasó la tentativa, hoy estoy escribiendo esto en continuidad y fidelidad de lo conversado con Graciela en junio de 1976 en el campo de concentración La Perla. “alguien va a salir y tiene que tiene que contar”” (Testimonio de Graciela Geuna ante el consulado español en Ginebra, 9 de julio de 1998)

“La cuadra no solo fue terrible por la tortura y por la venda sino porque nos sabíamos desprotegidos, sabíamos que el resto del país no sabía de nuestro sufrimiento, sentirnos ignorados era lo terrible.
Esa era la cuadra, otro mundo, otra Argentina, era la otra cara del Mundial, la otra cara de la política económica de Martínez de Hoz, la otra cara de la tranquilidad en las calles… la tranquilidad de los sepulcros. Sé que no expreso en este relato lo que realmente se sentía en esa situación, y sé que quizás no pueda expresarlo nunca.”
(Testimonio de Graciela Geuna ante el consulado español en Ginebra, 9 de julio de 1998)